Cómo educar las emociones

Desde que nacemos hasta que morimos, todos estamos en contacto con nuestras emociones (enojo, alegría, asco, miedo, ternura, sorpresa, tristeza). Estas son universales, las sentimos de manera similar y las expresamos a través de nuestro cuerpo.

A pesar de que culturalmente somos distintos, cuando sentimos miedo, la respuesta vasovagal se activa de la misma manera. La sentimos en el mismo lugar del cuerpo y tenemos una tendencia común hacia la acción de huida o alejamiento. Esta respuesta nos permite reconocer tanto en nosotros mismos como en los demás esa emoción.

La educación emocional consiste en aprender a reconocer nuestras emociones en el cuerpo, identificar qué le sucede al cuerpo cuando está alegre, triste, enojado, o cuando siente ternura, culpa o vergüenza. También implica determinar cuál es la tendencia a la acción y reconocer si el cuerpo se mueve hacia adelante, hacia atrás, hacia arriba o hacia abajo dependiendo de la emoción que estemos sintiendo.

¿Por qué es tan importante reconocer las emociones?

Cada emoción tiene una función adaptativa; son herramientas que nos protegen y nos ayudan a comprender y afrontar las dificultades de la vida. Por ejemplo, la tristeza nos permite soltar, tiene una energía corporal que va hacia abajo y nos ayuda a conectarnos con lo que estamos viviendo en ese momento, sacándonos del modo automático.

El enojo nos activa y nos mueve hacia adelante, evitando, por ejemplo, que otros nos pasen por encima. Es una emoción que nos obliga a establecer límites y marcar separaciones cuando nos sentimos amenazados o invadidos. El miedo nos paraliza y nos mueve hacia atrás, impidiendo, por ejemplo, que pisemos a fondo el acelerador del coche o que avancemos cuando estamos al borde de una colina.

Como ves, las emociones no son malas; no existen las "emociones negativas". Todas son importantes, nos protegen y nos ayudan a afrontar distintas situaciones de nuestra vida de manera más saludable.

¿Cuándo se desequilibran nuestras emociones?

Las emociones se desequilibran cuando las desfocalizamos. Por ejemplo, si nos decimos “no puedo permitirme sentirme triste, porque si lo hago me voy a hundir y no podré salir adelante”, y lo hacemos de manera continua y persistente, esa emoción “displacentera” no desaparecerá. Lo que probablemente ocurra es que empiece a regularse desde un espacio menos saludable, como el consumo de sustancias, alcohol, insomnio o ansiedad. Usamos recursos regulatorios que son síntomas para salir de la situación, pero no de manera sana.

Desde la educación emocional podemos aprender a reconocer nuestra propia activación emocional. ¿Qué emoción estamos rehuyendo? ¿Cómo profundizar el contacto? Se trata de confiar en ellas, saber que cada una tiene un inicio, un pico máximo y una resolución. Somos capaces de atravesarlas sin quedarnos enganchados y utilizarlas como recursos para tener una vida más plena y saludable.

Psic. Valeska Clavel